Érase una vez una princesa que vivía en un palacio de cristal.
Desde su alcoba de cristal podía ver la luna y todas las estrellas por las noches. Y por las mañanas se despertaba con el saludo del sol.
A ella le gustaba vivir en su palacio de cristal porque desde allí podía observar y controlar todo lo que ocurría a su alrededor sin necesidad de salir a la calle. Se acostumbró a vivir allí, aislada.
Un día, mientras la princesa dormía, una nube gigante se detuvo justo encima del bonito palacio y con sus truenos comenzó a llamar a la princesa, pero ella no podía oirla, el sonido no traspasaba el cristal. La nube, enfadada por la falta de atención de la princesa, empezó a lanzar sus rayos sobre el palacio con la esperanza de que la luz hiciera despertar a la princesa, pero ésta, ajena a lo que estaba ocurriendo fuera del palacio, no se inmutó.
Entonces la nube se puso a llorar, dejando caer sus lágrimas sobre el palacio. Lloró tanto y tan fuerte que todos los cristales del palacio estallaron y se hicieron añicos.
Cuando la princesa despertó, su palacio había desaparecido. Sintió mucho miedo, el mundo se veía muy diferente al otro lado del cristal. Llevaba tanto tiempo encerrada en el palacio, que cuando se vió fuera de él, no reconocía lo que veía a su alrededor. Había vivido en una burbuja de cristal, un lugar donde nadie podía herirla, un lugar donde era feliz, pero también un lugar peligroso porque no era real. Ahora tendría que acostumbrarse a vivir sin escudo...
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