Como tantas veces había hecho de niño, contó hasta diez. Se destapó los ojos y comenzó a buscar por todos los rincones de la casa. Primero el sótano, después el salón y más tarde la cocina. Por último, el cuarto de baño. Ahí estaba, justo en frente de él. Antes de que pudiera escaparse gritó “te encontré”. Pero no había nadie, además de él, en aquel baño. Tan sólo su propia imagen, reflejada en el viejo espejo que descansaba cubierto de polvo sobre el lavabo. De pronto comprendió que el juego había terminado, había encontrado lo que tanto tiempo había estado buscando...
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