ÉRASE UNA VEZ LA MEJOR HERMANA DEL MUNDO
Bea miró
sonriendo a su mamá, y cogiendo la manita de su recién nacida hermana le dijo.
“mami, no te preocupes por nada, yo cuidaré siempre de ella”. Bea no había
cumplido aun 5 años y ya tenía claro cual era el papel que le había tocado
jugar dentro de la familia. Ella era, y siempre sería la hermana mayor…
Hoy, 25 años
después Bea acerca su mano sigilosamente a la de su hermana, y justo cuando
está a punto de rozarla, Lucía, la menor de las dos, se da cuenta de sus
intenciones y le suelta un manotazo con todas sus fuerzas antes de que Bea
pueda reaccionar. “ay” se queja Bea acariciándose la mano dolorida “¡esta vez
te has pasado tía!” “lo siento Be” dice Lucía con cara de circunstancias “te
juro que ha sido instintivo, no he calculado la fuerza, pero eso te pasa por
intentar acariciarme, ¡sabes que no lo soporto!” y dicho esto Bea, Lucía y
Alex, el pequeño de los tres hermanos, comienzan a reír.
“Bueno Be, ¿que
has pensado hacer al final para tu
cumple?” pregunta Alex mientras saca de la nevera el brick de zumo de manzana.
“no sé tío, vaya agobio, la verdad es que no sé si cumplir 30 es motivo de
celebración. Igual me quedo en casa viendo una peli de llorar con un helado de
Häagen Dazs en plan Bridget Jones…” dice Bea poniendo cara de niña pequeña
enfurruñada. “anda anda, deja de decir tonterías, que sabes que vas a acabar
saliendo, que nos lo vamos a pasar genial, ¡ya verás!” la anima Lucía.
Bea ha dejado de
escuchar, ya no está en la cocina, al menos no en esta. La cocina donde se
encuentra ahora es más pequeña, y tiene a la izquierda una puerta que lleva a
un pequeño cuartito alargado. Es el cuarto de la plancha. Bea se apoya en el
resquicio de la puerta y se sorprende al ver a su madre, Cristina, mucho más
joven que ahora. Está planchando mientras escucha Radio 3, ¡su programa
favorito!, aun guardaban en casa todas las cintas donde grababa las canciones
que oía en ese programa... Bea no puede dejar de mirarla, es guapísima. De pronto se escuchan unos gritos por el
pasillo que sacan a Bea de su ensimismamiento. Cristina deja lo que está
haciendo, pasa por su lado sin percatarse de su presencia y llega hasta Alex y
Luci que se están pegando otra vez. “¡mami, te juro que ha empezado él!”,
“¡mentira, ha sido ella!”, “me da igual quien haya empezado de los dos, estáis
castigados, cada uno a una habitación y no salgáis hasta que yo os lo diga” les
reprende su madre. Bea se acerca de forma
instintiva a sus hermanos para consolarlos y poner un poco de orden como
siempre ha hecho con ellos, pero recuerda que solo está de paso, nadie, además
de sí misma, puede verla. Que extraño, piensa. Y guiada por una fuerza que no
puede controlar se adentra en el salón a través del angosto pasillo, de frente
sentado en el sofá del cuarto de estar ve a su padre, de fondo se oye un
partido de futbol, lo está viendo con Santi, Dani, Mario, Mateo, Gonzalo y
Germán. Germán, una lágrima resbala por la mejilla de Bea que sin poder
evitarlo comienza a correr en su dirección para darle un abrazo. Pero algo le
hace detenerse antes de llegar, una barrera invisible le impide llegar a él.
Bea resignada
sale del cuarto y continúa su viaje por la que a lo largo de tantos años había
sido su casa. Por el camino se encuentra una cucaracha, le resulta familiar, lo
curioso es que esta cucaracha no le hace saltar como si el suelo quemara. Al
contrario, Bea se agacha y se acerca tanto que puede distinguir sus ojos. “Hola
pequeña” le dice a la cucaracha mientras le acaricia el lomo. La cucaracha no
se mueve, se deja acariciar. “eres una cucaracha muy bonita y muy buena,
¿sabes?”, “contigo quería yo hablar” responde la cucaracha. Bea da un respingo
y se pone de pie de un bote, y balbuceando consigue articular una palabra
“hablas”, no es una pregunta, es una afirmación. “eso parece” contesta la
cucaracha divertida por la reacción de Bea. “Quizás no me recuerdes” dice la
cucaracha cabizbaja, “pero yo me acuerdo bien de ti. Una vez me metí en tu
zapato” La cucaracha levanta la vista y se detiene cuando observa a Bea
llevarse las manos a la boca. “pero, entonces…” dice Bea. “Sí,” continúa la
cucaracha, “yo ya no existo, tu me aplastaste con tu verde y maloliente pie,
¡con lo a gustito que estaba durmiendo!” “pe-pe-perdona” tartamudea Bea “fue
sin querer, lo juro” La cucaracha sonríe
y antes de que Bea pueda decir o hacer nada más, desaparece.
Bea no entiende
nada de lo que está pasando, gira sobre su cuerpo para cerciorarse de que sigue
en su antigua casa. ¿Cuándo va a terminar este extraño sueño? Se pregunta, pues
ya empieza a agobiarle la situación. ¿Y si no es un sueño? O peor, ¿Y si se ha
muerto? ¿Y si no vuelve nunca más? Todo esto le recuerda bastante a esa
película que veía todas las navidades cuando era pequeña Las navidades de Mickey, basada en la novela Cuento de navidad de Dickens. Solo que ella no recordaba haber
hecho nada malo, a parte de matar a una cucaracha claro, no entendía cual era
la lección que tenía que aprender. Dios mío, dice Bea mirando al cielo, si es
un castigo por no querer celebrar los 30 años, he aprendido la lección, ¡no
quiero morir!, ¡quiero cumplir 30, 40, incluso 50!, quiero volver a casa,
quiero volver a casa quiero volver a casa…
Está tan
concentrada pensando en ello que no se da cuenta de que alguien le está tocando
la espalda con cuidado. Bea se queda inmóvil al darse cuenta de que es ella
misma solo que 18 años más joven. La
niña le sonríe y Bea siente ternura cuando ve sus dientes de conejo. Le
devuelve la sonrisa y se cuida de enseñar bien los dientes para que ella no se
preocupe, la niña se acerca y le da un abrazo que casi deja a Bea sin
respiración. Acto seguido le cubre de besos y le acaricia el pelo. Bea no sabe
muy bien que hacer, decide acunarla hasta que la niña se queda dormida entre
sus brazos. “La verdad es que he de reconocer que siempre fui excesivamente
cariñosa, pero me gusta, no entiendo que problema tiene Luci, ¡si soy un amor!”,
piensa Bea para sus adentros.
Bea lleva a la
niña a la cama y no puede evitar emocionarse al ver su antigua habitación, todo
está como lo dejó. La moqueta azul, la gallina con sus polluelos. Su escritorio
y la silla grabada con los nombres de sus hermanos pequeños, su cama y ¡el
despertador-gallina!
Cuando deja a la
pequeña sobre la cama ésta se despierta y le dice “no te preocupes por no
cumplir los objetivos que yo un día me fijé, los sueños pueden cambiar como
cambian las circunstancias de la vida, y solo quiero que tengas presente que yo
siempre estaré orgullosa de lo que hagas, de lo que hagamos, porque simplemente
ser tú me hace feliz, porque eres la mejor persona que podíamos ser, te quiero
Bea, y cuando te vayas, acuérdate de mi, cuida de mi, porque si no lo haces tú,
nadie lo va a hacer”
Bea abre los
ojos y mira a su alrededor, vuelve a estar en su cocina. Pero está tumbada en
el suelo, la luz le enfoca directamente en los ojos. Alex y Luci están
agachados y la miran con cara de preocupación, no se han dado cuenta de que
tiene los ojos abiertos, hablan acelerados y le parece escuchar la palabra
ambulancia. Entonces reacciona, levanta una mano y dice: “¡chicos tranquilos,
estoy bien, no estoy malita. Era una broma, claro que quiero celebrar mi 30
cumpleaños!
Los dos se
lanzan a abrazarla, “¡nos has dado un susto de muerte tía!”, los tres lloran no
saben si de la alegría o del susto.
Luci le dice a
Bea: “te has ganado una caricia,… ¡pero solo una eh!”
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