No sabría decir con exactitud cuando pasó, probablemente porque estas cosas no suceden de golpe.
Un día empiezas a encontrarte mal, y al siguiente un poco peor, pero pasa mucho tiempo hasta que te das cuenta, al principio no quieres creerlo, y lo encierras en tu interior, bien adentro, para que nadie pueda si quiera hacerse una idea. Finges estar bien y evitas hablar del tema, si lo haces estás perdido, piensas. Y te mueres de miedo, simplemente no quieres saber que tu cuerpo te está fallando, que ya no responde como solía hacerlo, no quieres saber que simplemente se ha rendido, y te ha dejado tirado como a una colilla.
¿Qué hacer cuando tu cabeza quiere vivir, pero tu cuerpo no la acompaña?
Él se moría por vivir, aún era joven, había tantas cosas que no había tenido tiempo de hacer…sin embargo ni siquiera le quedaban fuerzas para ello, su cuerpo tampoco le dio esa pequeña tregua. Así estaban las cosas, un mes de vida, le dijeron, sin tratamiento posible. Tendría que pasar sus últimos días agonizando en un hospital. No podía evitar sentir rabia al pensar cuánta gente en el mundo detestaba la vida y deseaba morir, mientras él rezaba pidiendo un milagro que le permitiera quedarse un poco más, solo un poco más… ¿era mucho pedir?
Abrió un ojo, despacio, temeroso de que nada hubiera cambiado. Como todas las mañanas del último mes echó un vistazo rápido a su alrededor, vio el blanco de las paredes y un olor a desinfectante le quemo la respiración. Los volvió a cerrar, con suerte podría dormir un rato más. Y quizás al despertar se diera cuenta de que todo había sido un mal sueño.
Y así, con el monótono sonido de sus pulsaciones de fondo, entro en un sueño profundo, del cual deseó no salir.
Hoy se cumplía un mes. Se acercaba su hora.
Se despertó al escuchar su voz, hacía años que no la oía y sin embargo la reconoció al instante. Sólo entonces se dio cuenta de que no la había olvidado nunca. La miró. Qué guapa era. No había cambiado nada, el tiempo se había portado bien con ella. Seguía teniendo la misma mirada de siempre y cuando sus ojos se encontraron no fueron capaces de sostener la mirada.
- Hola Ben- susurró ella cabizbaja.
- Hola Mia- contestó él sonrojado. Y se dio cuenta que era la primera vez que sonreía desde hacía mucho, mucho tiempo.
Y así comenzaron a hablar de todas las cosas que les habían sucedido desde la última vez que se despidieron en esa playa, enterrada en la memoria de ambos por el peso de tantas y tantas noches impregnadas de alcohol, con olor a perfumes ajenos, y despertares con el sabor amargo que deja el arrepentimiento.
Noche tras noche, día tras día, año tras año…toda una vida para olvidar lo inolvidable. Tanto tiempo invertido para darte cuenta en un instante que todos tus esfuerzos han sido en vano.
Ella se quiso quedar esa noche, él no se negó. Ella le prometió que se quedaría con él todos los días de su vida, a él le pareció justo. Ella le juro que viajarían por todo el mundo, él se dejó acompañar. Y así comenzó “el principio del fin”.
Cuando Ben se fue, Mia encontró una pequeña libreta en sus manos. Llorando, la cogió, estaba abierta por la última hoja. La última frase rezaba: “Cuando la encontré estaba perdido, con ella aprendí que se puede soñar despierto, y que se puede morir en paz”
Mia cerró la libreta, en la portada había escrito con una letra irregularmente bella “El principio del fin”. Su interior estaba repleto de historias, historias para ella, historias en las que él no moría, pero sobre todo historias para su pequeño, para que cuando creciera pudiera decir que su padre nunca se olvidó de él.