Cuando quiso darse cuenta habían pasado dos años, dos años desde la última vez que alguien la había querido, dos años desde la última vez que había querido a alguien, al menos de verdad. Dicen que el tiempo lo cura todo, sin embargo no había sido así en su caso.
Sí, es verdad que en ese tiempo se le habían escapado algunos tequieros, pero no era su corazón el que hablaba, siempre era su cabeza. Ella había obligado a sus labios a moverse de tal forma, que terminaran por escupir unas palabras que no significaban nada más que eso, palabras.
Había pasado los últimos dos años de su vida comprando y vendiendo sentimientos a precio de engaño.
Había pasado los últimos dos años de su vida comprando y vendiendo sentimientos a precio de engaño.
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